Es imposible
escuchar el lamento desgarrador del Concierto Elgar
en Mi Menor y no imaginar a una joven Jacqueline du Pré abordándolo. La pieza, compuesta al
término de la Primera Guerra Mundial por Sir Edward Elgar, alcanzó un renovado
esplendor (quizá su máximo apogeo tras su desastroso estreno en 1919) con la
soberbia grabación de la británica 45 años después. Casada con Daniel
Barenboim, la gran violonchelista sufrió una despiadada esclerosis múltiple que
enterró su fulgurante carrera cuando solo tenía 28 años y su vida a los 47.
Igual que el primer movimiento del concierto Elgar, su figura evoca con el paso del tiempo
el recuerdo de una cruel y dolorosa pérdida. Por motivos fáciles de intuir, Barenboim solo había vuelto a tocar esta obra una
vez en 30 años: en 1997 con Yo-Yo Ma.
Pero eso fue hasta que conoció a Alisa Weilerstein (Rochester, Nueva York, 1982), una joven
chelista norteamericana que entonces tenía 28 años, y que había crecido pegada
al mismo instrumento y memorizando aquella histórica grabación. “La escuchaba
dos veces por día desde que tenía 4 años hasta los 11. A esa edad decidí dejar
de hacerlo porque me tenía demasiado obsesionada. Es mi chelista favorita y su
grabación para mí es la Biblia. Sin embargo, llegué a un punto en que quería
formar mi interpretación individual”, explica en un español muy correcto que ha
aprendido para poder comunicarse con la familia de su prometido venezolano.
Weilerstein —hoy
empieza una pequeña gira por Santiago, A Coruña, Barcelona y Madrid—, ha
grabado con Barenboim y la Staatskapelle de Berlínel concierto Elgar y los conciertos para cello de Elliot
Carter. Es la primera vez que Decca ficha a un intérprete de violonchelo en 30
años y, por supuesto, también que el director argentino-israelí vuelve sobre
los pasos del concierto, que su primera esposa convirtió en leyenda, a través
de una nueva grabación. “Nos conocimos por primera vez en 2008 y toqué el
concierto de Dvorák para él, solo para aprender un poco más. La persona que me
lo presentó (un director israelí) me dijo que debía mostrarle también el concierto
Elgar. Me negué.
Cualquier otra obra sí, pero ¡nunca Elgar! Para mí Jacqueline du Pré es una diosa.
Pero esta persona me insistió. Me dijo que nadie conoce la pieza como
Barenboim. Lo pensé mucho y finalmente acepté”.
Tocaron la obra.
El maestro al piano. Terminaron, hablaron y el director le pidió que volvieran
a repetirlo. Esta vez, con la Filarmónica de Berlín en el Concierto Europa. “Me
quedé completamente en shock”. Un año más tarde, firmaron el acuerdo con Decca
para la grabación de la pieza. Una rúbrica profundamente simbólica también por
ese carácter de aprobación del maestro a la heredera que incluía el momento.
Así, abordaron con más detenimiento una obra
plagada de emociones biográficas muy delicadas. ¿Complicado? Y ahí Weilerstein
se traba, suspira e intenta evitar el tema. “Es una, … no, si… es difícil hablar
de esto. Es algo muy intenso”. La conversación en torno al concierto
Elgarse mantuvo siempre
en el plano estrictamente musical. Barenboim, como ya había hecho en su
grabación con Du Pré, encauzó la interpretación hacia un sonido más germánico
que el de la histórica de John Barbirolli con su difunta esposa para EMI en
1965.
“Tiene muchísimas
ideas musicales sobre esta pieza. Hay muchas cosas que no había visto antes en
este concierto: frases, dinámicas, detalles de estructura. Barenboim es muy
interesante y genial porque no pretende cambiar la naturaleza de un intérprete.
Hace sentirte completamente libre, aunque sepas que tiene un millón de detalles
que corregirte al final. Después de estas sesiones soy una mejor versión de mí
misma, pero sigo siendo yo”.
Pero Weilerstein
no es solo eso. Ni tampoco lo sería únicamente porque lo dijese Barenboim.
También se pronunció sobre su exuberancia musical el compositor Elliot Carter,
fallecido a los 103 años hace algo más de dos meses y a quien visitó el pasado
julio. Quería mostrarle su visión de sus conciertos para chelo (compuestos para
Yo-Yo Ma hacía 10 años), también incluidos en la grabación y que funcionan como
el lado sarcástico, incluso humorístico, de la trágica primera parte.
Quizá fue esa la
última entrevista que mantuvo Carter antes de morir, porque la hilarante escena
quedó grabada y puede verse en la web de la artista. “Mi momento favorito del
encuentro es cuando le dije que iba a tocar para él. Me contestó que encantado,
pero que no iba a decirme nada porque no podía oír bien. Siete segundos más
tarde ya me había hecho parar para corregirme”, recuerda con una carcajada.
Pese a las posibilidades expresivas de la obra de
Carter, el compositor era bastante inflexible con su interpretación. “Es una
obra difícil de entender. Carter sabe exactamente lo que quiere. Hay menos
margen. Otros, como Osvaldo Golijov \[a quien Weilerstein adora después de
haber trabajado varias veces con él\] te dan más libertad. Pero él es muy
exacto”. Esa relación directa con el compositor puede evitar una
sobreinterpretación de su obra, como ocurre a menudo con los intérpretes de
repertorio que se colocan por encima del autor de la partitura.
Pero la juventud, opina la chelista, no es un
obstáculo para entender determinadas emociones que subyacen en algunas obras de
madurez. Weilerstein desmitifica oportunamente las versiones sagradas de una
obra y, de alguna forma, huye de inevitables comparaciones. “La música está
viva, no hay interpretaciones definitivas. No creo en eso para nada. Aunque
espero seguir aprendiendo toda mi vida”.
EL PAIS DANIEL VERDÚ Madrid 16 ENE 2013 - 21:33 CET: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/01/16/actualidad/1358368434_584440.html