La deriva general necesita pensadores globales asiáticos como Kishore Mahbubani, que propone reforzar y reformar las instituciones internacionales, lo que requiere el compromiso de China y Estados Unidos
La ascensión de Asia es el acontecimiento histórico más importante de nuestra era. Sin embargo, pocas voces de la región han dicho algo sobre el papel que va a tener Asia, y en especial China, en la construcción de la Globalización 2.0, la interdependencia poshegemónica de múltiples identidades que caracteriza hoy a nuestro mundo.
En su nuevo libro, The Great Convergence: Asia, the West and the Logic of One World, Kishore Mahbubani, decano de la Escuela de Políticas Públicas Lee Kuan Yew en Singapur, acepta por fin este reto. En cierto modo, no es extraño que sea un exembajador de uno de los países más pequeños de Asia en la ONU quien tenga la mayor visión de futuro. Singapur ha prosperado gracias a su astucia para sortear los rápidos cambiantes de la globalización.
La obra de Mahbubani es hasta ahora la propuesta más amplia y objetiva sobre cómo actualizar las instituciones mundiales —Naciones Unidas, las instituciones de Bretton Woods, la OMC— adaptándolas a la ascensión del resto. De hecho, demuestra más fe en dichas instituciones que sus fundadores occidentales, que, como señala mordazmente, están empezando a verlas como un inconveniente ahora que el poder está alejándose de ellos.
Lo que defiende Mahbubani no es crear nuevas instituciones que consagren el traslado mundial de poder, sino remediar el “déficit democrático” llenando la vieja botella del sistema basado en unas reglas de Occidente con el nuevo vino del resto del mundo en ascenso. En su opinión, la mayor paradoja del momento histórico actual es que las “normas comunes” que han dado su éxito a Asia y son la base de “la lógica de un solo mundo” están tomadas de Occidente. En ese sentido, el tradicional apóstol de la modernidad no occidental llega a unas conclusiones equivalentes a las del historiador Niall Ferguson, defensor de las virtudes del imperialismo occidental. Las “normas comunes” de Mahbubani coinciden bastante con las famosas “aplicaciones demoledoras” que, según Ferguson, hoy adoptan con más entusiasmo en Oriente que en Occidente. Los dos están muy lejos de las tesis de Samuel Huntington sobre el “choque de civilizaciones”.
Las “normas comunes” de Mahbubani son: ciencia moderna y razonamiento lógico, economía de libre mercado, un contrato social que vincula con responsabilidad a gobernante y gobernado y multilateralismo. Las seis aplicaciones de Ferguson son: competencia, ciencia, derechos de propiedad, medicina moderna, sociedad de consumo y ética de trabajo.
Ambos evitan incluir el complicado término de “democracia” entre las normas y las aplicaciones. Para Ferguson, “competencia” parece abarcar no solo la rivalidad entre partidos sino también la meritocracia dentro de cada partido, como en China. Según Mahbubani, Occidente dio el primer salto adelante al destruir el feudalismo, pero la democracia no es aún algo universal. Aun así, en China ve que el partido tiene una especie de responsabilidad estructural ante las masas, porque tiene que “ganarse su legitimidad a diario”.
Ese intersticio que separa los valores de las normas y las aplicaciones es lo que importa. El reto es cómo crear unas instituciones de gobierno eficientes basadas en intereses comunes, pero no precedidas de una identidad común basada en un sistema común de valores.
Mahbubani cree que emplear la “lógica única” de las normas comunes como sistema operativo basta para sostener un sistema basado en unas reglas. Eso contrasta con la terca concepción geopolítica de Occidente, para la que los territorios y las ideologías se ganan o se pierden.
Mahbubani no es ingenuo. Enumera los obstáculos geopolíticos que pueden poner trabas a su optimismo (por ejemplo, China frente a India, las vías marítimas entre Japón y China, una detonación nuclear iraní, etcétera). Al mismo tiempo, su confianza en que Occidente siga siendo leal al sistema basado en reglas surgido en él me parece anclada en el pasado.
En mi opinión, el mayor obstáculo es que la democratización de las instituciones mundiales que él propone se topará con las opiniones públicas democráticas de Occidente. Es democratización contra democracia.
En primer lugar, esos ciudadanos miran cada vez más hacia adentro e intentan protegerse de los vientos de la competencia desatados por el sistema posterior a la II Guerra Mundial. Lo vemos no solo en las críticas a China en Estados Unidos, sino también en lo que les cuesta a los democráticos Estados europeos hacer las duras reformas necesarias para mantener la competitividad que les permita financiar su generoso Estado de bienestar.
La canciller Angela Merkel lo ha dicho muy claro: Europa tiene el 7% de la población mundial, genera el 24% de la producción y tiene el 50% del gasto social. Será difícil mantenerlo a medida que disminuya su proporción de la producción mundial. Y el continente está hoy paralizado por esta perspectiva.
Segundo, y más importante, la ONU y el sistema de Bretton Woods se establecieron tras la guerra, cuando los ciudadanos estadounidenses aún confiaban en sus dirigentes lo bastante como para delegar el poder en unas instituciones que iban a beneficiar a todos. Esa fe en “los mejores y más brillantes” se hizo añicos en la guerra de Vietnam y acabó pisoteada en los contraculturales años sesenta, deslegitimada durante la guerra de Reagan y la Nueva Derecha contra la intervención del Gobierno y enterrada con la revolución de la información, que prescinde de los intermediarios.
Si este excelente libro tiene un defecto es que Mahbubani traspasa la confianza del Este de Asia en los dirigentes a Occidente, donde su legitimidad está muerta.
Por último, como el propio Mahbubani reconoce, el periodo de Pax Americana también benefició los intereses de Estados Unidos. Ahora, como ha dicho el exministro alemán de Exteriores Joschka Fischer hablando de Europa, “se pensó que las reglas formalizadas bastarían” para contener los desequilibrios en la eurozona sin una plena unión fiscal y política. “Pero esa base de reglas resultó ser una ilusión: los principios siempre necesitan el respaldo del poder, si no se desmoronan ante la realidad”.
Aunque el viejo sistema basado en reglas e inventado por Occidente debe continuar, no puede hacerlo sin el compromiso total de China y EE UU. Ninguna reorganización de la ONU, el FMI o la OMC servirá de nada si esas dos potencias no se implican. Dada la debilidad de las clases dirigentes en Estados Unidos, eso quiere decir que China —mientras el Partido Comunista siga impregnado de legitimidad y la adhesión de su opinión pública— tendrá que encabezar cualquier intento de impulsar el sistema mundial de forma que garantice el bien público para todos. Es evidente que los dirigentes chinos tienen que dar un paso adelante. Estados Unidos, que ni siquiera logra decidir cuánta intervención nacional del Gobierno quiere ni cuánto está dispuesto a pagar por ella, no puede asumir el liderazgo en la construcción de un orden mundial nuevo que incluya los intereses de los nuevos actores. La democracia estadounidense ni siquiera ha podido controlar a las grandes firmas financieras que instigaron la crisis mundial de 2008-2009. Hoy son más grandes que nunca.
El peligro es que este momento podría ser una repetición de 1914, cuando un sistema de alianzas precarias, con rivalidades entre unas potencias en ascenso y otras en decadencia, se encontró en plena guerra mundial por un incidente menor. La esperanza, que Mahbubani describe con detalle y con optimismo, es que el futuro inmediato pueda ser como en los años cincuenta, cuando se crearon unas instituciones duraderas que mantuvieron la paz y fomentaron la prosperidad para bien de todos.
Un mundo a la deriva necesita desesperadamente a pensadores globales, sobre todo de Asia. Kishore Mahbubani puede serlo con este libro fundamental en este momento crítico. Las instituciones sólidas que él demanda son la única barrera para que no volvamos a 1914. Ojalá su optimismo esté justificado.
Nathan Gardels es director de NPQ y la Global Viewpoint Network de Tribune Media Services. Es coautor con Nicolas Berggruen de Intelligent Governance for the 21st Century: A Middle Way Between West and East.
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Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
EL PAIS: NATHAN GARDELS 17 ENE 2013 - 00:05 CET http://elpais.com/elpais/2013/01/07/opinion/1357568998_602570.html