Europa no debe permitir el surgimiento de un Estado yihadista prácticamente a sus puertas, en Malí. Tampoco los vecinos de la zona, empezando por Argelia, que es reticente a actuar abiertamente pero que tiene mucho que perder: en su territorio, la rama magrebí de Al Qaeda atacó ayer unas instalaciones y secuestró a un número indeterminado de extranjeros, tras asesinar a un británico y a un francés. Francia ha actuado con rapidez ante la perspectiva inmediata de que los grupos radicales islamistas que se habían hecho con el norte de Malí ocuparan la capital, Bamako, y el conjunto del país. Su intervención viene legitimada por haber sido solicitada por el Gobierno de Malí —aunque el de Dioncunda Traoré sea un régimen posgolpista—y apoyada posteriormente por el Consejo de Seguridad de la ONU.
El éxito no está ni mucho menos garantizado cuando hablamos de extensiones que duplican la de España. Es, además, la séptima intervención occidental en cuatro años en sociedades musulmanas, y ninguna de ellas ha sido plenamente completada. Incluso la de Libia fue una operación inacabada, pues los mercenarios yihadistas y tuaregs que apoyaron a Gadafi pudieron posteriormente regresar a Malí y desestabilizarlo. Sería deseable que esta vez Francia y la comunidad internacional hicieran un trabajo cabal.
La confusión conceptual no ayuda cuando se vuelve a hablar de “guerra contra el terror”. Antes que yihadista, la del norte de Malí fue una rebelión de los nacionalistas tuaregs, luego superados por los militantes que bajaron de Libia con la marca de Al Qaeda y del radicalismo islamista.
De momento, Francia actúa sola. Es verdad que, como potencia excolonial, ha salido a defender intereses propios en un país en el que residen 6.000 de sus conciudadanos. Pero también lo hace en interés de toda Europa, aunque los europeos arrastran los pies de forma vergonzante. Hace un año que el Gobierno de Malí les pidió que intervinieran y llevan meses preparando una misión para encuadrar a una fuerza de la Comunidad de Estados de África Occidental. Este plan solo ahora se va a acelerar, pues es necesario africanizar la solución. Pero ni las capitales europeas ni la alta representante, Catherine Ashton, han estado a la altura de las circunstancias, en una situación en que EE UU ayudará solo con sus medios de inteligencia y, si acaso, logísticos; y la OTAN está a la espera. Los titulares europeos de Exteriores que hoy se reúnen con carácter de urgencia en Bruselas deben rectificar esta actitud.
El presidente francés, François Hollande, ha ganado estatura política dentro y fuera de su país con su decisiva reacción, aunque el objetivo no puede ser solo “destruir a los terroristas” como ha afirmado pretender. No es solo Malí, es todo el Sahel el que se ha convertido en un polvorín islamista que hay que desactivar. Y para lograrlo no bastarán las armas.